Una gran parte del éxito de estas unidades se debe a la elevada tasa de uso de fármacos con efectos sobre la evolución de la enfermedad y por otra parte por el rol central que desarrolla enfermería, básicamente educando al paciente y cuidadores para mejorar el cumplimiento y detectar de forma precoz la descompensación (autocuidado), así como participando activamente en la evaluación clínica de los pacientes y la titulación de fármacos con impacto pronóstico.
El aspecto principal de estas unidades es, al margen de la intervención de enfermería, ofrecer un abordaje de alto nivel desde el punto de vista cardiológico. Eso implica, una aplicación intensiva de las recomendaciones de las guías de práctica clínica y que lleva implícito el estudio exhaustivo de la etiología de la IC, a menudo con pruebas complementarias cardiológicas sofisticadas, la estratificación de riesgo pronóstico, que es de extrema complejidad en este pacientes, una implementación del tratamiento neurohormonal que en los pacientes con IC es poliédrico y difícil de alcanzar, así como un trabajo activo para la evaluación de pacientes tributarios de intervenciones más sofisticadas, tales como intervencionismo coronario percutáneo, cirugía cardiaca correctora, indicación de dispositivos y, evidentemente, valoración y selección de candidatos al transplante cardiaco.
Esta vertiente médica, compleja y de alta tecnología, precisa de un alto nivel de experiencia para llevarla a cabo de forma eficiente y es el elemento fundamental que justifica el impacto favorable de las unidades de IC sobre la evolución de la enfermedad. A pesar de estas evidencias, estos tipos de estructuras se han implantado poco en nuestro país.
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